A Jesús Hurtado, comandante local, el altar en su casa a esa ‘deidad’ lo salvó en un atentado, dicen sus amigos;lo cierto es que en esta plaza, donde se libra una ‘guerra civil’ en el cártel de los Arellano, la violencia se pavonea
El jefe policiaco de la delegación Centenario vivía por el oriente, en la colonia Mariano Matamoros, en una casa de dos pisos con una terraza en el segundo nivel, de la que resaltaba la imagen de un muñeco en forma de gorila que se veía desde la calle. Regadas por ahí estaban dos calabazas y del techo colgaba disecado el cráneo blanco con cuernos negros de una res.
Cuando los soldados y policías ingresaron, vieron en la planta baja una cruz de madera colgada en la pared y junto a un muro una efigie como de un metro, colocada a manera de altar, de la llamada santa muerte.
Que un comandante de la policía de Tijuana tuviera un retablo dedicado al singular ícono sirvió de argumento para que sus subordinados comentaran que eso “lo protegió” la noche del 16 de abril, cuando un comando llegó en cinco autos a su casa para ejecutarlo.
Aquel sábado, narra Isaías Juárez, uno de sus colaboradores, hubo un festejo familiar y unos niños jugaban futbol afuera del lugar cuando del convoy de vehículos descendieron sicarios con los rostros cubiertos con pasamontañas. Uno de los chicos alertó de su presencia mientras el resto corría; una ráfaga recibió a los pistoleros desde la casa donde estaban Hurtado y su escolta Raymundo Contreras; dos sicarios cayeron y los otros dieron marcha atrás para huir por la calle donde llegaron.
Según el reporte de la corporación municipal, ambos policías resultaron con heridas leves y uno de los chicos fue lesionado. Los testaferros dejaron a sus dos compañeros alcanzados por las balas y abandonaron armas largas.
En el medio policial de Tijuana, se comentó que si Hurtado había sobrevivido era porque “algo lo protegía”, pues unos días antes, la sede de la comandancia policiaca donde despachaba, también fue atacada por un grupo armado sin que le pasara nada.
Hurtado es un oficial de 40 años, 10 de ellos ha trabajado en la corporación; sus allegados cuentan que sabía que la mafia iría por él desde que un grupo de agentes bajo su mando arrestó, a principios de abril, a tres miembros del cártel de Tijuana; uno era un operador muy cercano a los Arellano.
“El comandante Hurtado anda fuera de la ciudad y no va dar entrevistas por el momento”, respondió la oficina de Prensa de la Policía de Tijuana cuando se solicitó hablar con el mando, quien se alejó desde esos días de su base por órdenes del director de la corporación, el teniente coronel Julián Leyzaola. Lo hizo justo en los días en que por la frecuencia de radio policial se llegó a decir que “la santa muerte andaba de paseo” por las calles de esta ciudad, ante el incremento de ejecuciones.
La alusión tenía como fondo la cacería desatada entre sicarios contra Teodoro García Simental, uno de los operadores del cártel que más poder ha concentrado en el último año desde la caída de Francisco Javier El Tigrillo Arellano Félix.
A este individuo, conocido como El Teo, la policía le atribuye la autoría intelectual de una doble ejecución a pocos días del ataque a la casa de Hurtado, cuando se reportó el hallazgo en un paraje del fraccionamiento Los Venados, por el rumbo de La Presa, de Carlos Acosta Ibarra, un ex policía que devino en el guardaespaldas más fiel y estimado por los Arellano Félix, y uno de sus ayudantes.
El cadáver de Acosta Ibarra tenía el dedo índice cercenado y fue dejado dentro de una lata con monedas y billetes de un dólar. Para la policía local, el mensaje pudo ser que por unas monedas este hombre, caracterizado por su metro 80 de estatura (que le valió el apodo del Big Boy), señaló a varios integrantes de la mafia, lo que le valió ser ejecutado.
De investigaciones posteriores de la PGR se desprendió que la cúpula del cártel llamó a cuentas a El Teo por esta doble ejecución, pero no acudió y eso derivó en la mayor sangría entre sicarios en la historia del crimen organizado en esta ciudad fronteriza.
Rebelión en el cártel de Tijuana
Francisco Sánchez Arellano —conocido como El Ingeniero—, sobrino de los Arellano Félix y jefe en funciones del cártel, convocó a El Teo a una reunión para la noche del 25 de abril por el rumbo de la avenida Insurgentes. Según fuentes del gobierno de Baja California que iniciaron las investigaciones, en la cita se trataría la ola de levantones y secuestros “no autorizados” que habían “calentado la plaza”.
Días antes, el general Sergio Aponte, comandante de la segunda región militar, había desvelado la identidad de funcionarios de la Procuraduría local y policías del estado con nexos en el crimen organizado en una carta difundida en varios medios y que causó revuelo en la opinión pública. En la cita de aquella noche nunca apareció El Teo ni dos de sus principales lugartenientes: Raydel López, El Muletas, y Filiberto Parra, La Perra, señalados como los principales autores de ejecuciones y plagios.
Por radio, el grupo de El Ingeniero recibió la orden de ejecutar en ese lugar a la gente de García Simental; eso generó un enfrentamiento que dejó buen número de heridos y al menos 15 muertos.
Esos fueron momentos de confusión, recuerda Jorge Robles Portilla, un oficial de la Policía Estatal Preventiva (PEP) de turno aquella noche. Nadie sabía si eran policías, militares o delincuentes quienes se enfrentaban en ese momento, añade. Poco después se reportó que eran dos bandas rivales al servicio de los Arellano: la de El Teo contra la enviada por El Ingeniero.
Versiones de medios locales registraron la participación de al menos 100 individuos; entre ellos habría 15 policías, 10 de la municipal y cinco de la ministerial, además del militar Víctor Giovanni Ramos Loaiza. Un mes después de la masacre, de manera oficial, sólo se ha reconocido la posible participación de tres agentes.
Parecía que la balacera fue por capítulos, recuerda Carlos Suárez, un oficial de la PEP quien la resume: Por ahí de la una de la mañana se da el enfrentamiento entre las calles Misión de Santa Inés y el Paseo Guaycura; ahí quedan siete muertos en varias camionetas. Hay una persecución por la avenida y como media hora después, en la clínica Guzmán, se da otro enfrentamiento, pero ahora entre sicarios y policías estatales preventivos; ahí mueren dos pistoleros y quedan cuatro heridos. Después un grupo de la Policía Federal se enfrentó a varios pistoleros, con saldo de tres heridos.
Al amanecer encontraron el cuerpo de un pistolero sin vida y tres más murieron en el hospital donde habían sido llevados. Hasta aquí la autoridad hablaba, al amanecer del sábado 26 de abril, de 13 muertos, pero durante el día dos más que estaban en urgencias fallecieron. La cifra quedó en 10 detenidos y 15 muertos en lo que los policías municipales decían que fue un “paseo de la santa muerte”.
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JUAN VELEDÍAZ / ENVIADO
TIJUANA, BC.— Pocos militares y agentes que llegaron a la casa de Jesús Hurtado, un comandante de la Policía municipal local, imaginaron encontran un decorado como el de aquel inmueble. El jefe policiaco de la delegación Centenario vivía por el oriente, en la colonia Mariano Matamoros, en una casa de dos pisos con una terraza en el segundo nivel, de la que resaltaba la imagen de un muñeco en forma de gorila que se veía desde la calle. Regadas por ahí estaban dos calabazas y del techo colgaba disecado el cráneo blanco con cuernos negros de una res.
Cuando los soldados y policías ingresaron, vieron en la planta baja una cruz de madera colgada en la pared y junto a un muro una efigie como de un metro, colocada a manera de altar, de la llamada santa muerte.
Que un comandante de la policía de Tijuana tuviera un retablo dedicado al singular ícono sirvió de argumento para que sus subordinados comentaran que eso “lo protegió” la noche del 16 de abril, cuando un comando llegó en cinco autos a su casa para ejecutarlo.
Aquel sábado, narra Isaías Juárez, uno de sus colaboradores, hubo un festejo familiar y unos niños jugaban futbol afuera del lugar cuando del convoy de vehículos descendieron sicarios con los rostros cubiertos con pasamontañas. Uno de los chicos alertó de su presencia mientras el resto corría; una ráfaga recibió a los pistoleros desde la casa donde estaban Hurtado y su escolta Raymundo Contreras; dos sicarios cayeron y los otros dieron marcha atrás para huir por la calle donde llegaron.
Según el reporte de la corporación municipal, ambos policías resultaron con heridas leves y uno de los chicos fue lesionado. Los testaferros dejaron a sus dos compañeros alcanzados por las balas y abandonaron armas largas.
En el medio policial de Tijuana, se comentó que si Hurtado había sobrevivido era porque “algo lo protegía”, pues unos días antes, la sede de la comandancia policiaca donde despachaba, también fue atacada por un grupo armado sin que le pasara nada.
Hurtado es un oficial de 40 años, 10 de ellos ha trabajado en la corporación; sus allegados cuentan que sabía que la mafia iría por él desde que un grupo de agentes bajo su mando arrestó, a principios de abril, a tres miembros del cártel de Tijuana; uno era un operador muy cercano a los Arellano.
“El comandante Hurtado anda fuera de la ciudad y no va dar entrevistas por el momento”, respondió la oficina de Prensa de la Policía de Tijuana cuando se solicitó hablar con el mando, quien se alejó desde esos días de su base por órdenes del director de la corporación, el teniente coronel Julián Leyzaola. Lo hizo justo en los días en que por la frecuencia de radio policial se llegó a decir que “la santa muerte andaba de paseo” por las calles de esta ciudad, ante el incremento de ejecuciones.
La alusión tenía como fondo la cacería desatada entre sicarios contra Teodoro García Simental, uno de los operadores del cártel que más poder ha concentrado en el último año desde la caída de Francisco Javier El Tigrillo Arellano Félix.
A este individuo, conocido como El Teo, la policía le atribuye la autoría intelectual de una doble ejecución a pocos días del ataque a la casa de Hurtado, cuando se reportó el hallazgo en un paraje del fraccionamiento Los Venados, por el rumbo de La Presa, de Carlos Acosta Ibarra, un ex policía que devino en el guardaespaldas más fiel y estimado por los Arellano Félix, y uno de sus ayudantes.
El cadáver de Acosta Ibarra tenía el dedo índice cercenado y fue dejado dentro de una lata con monedas y billetes de un dólar. Para la policía local, el mensaje pudo ser que por unas monedas este hombre, caracterizado por su metro 80 de estatura (que le valió el apodo del Big Boy), señaló a varios integrantes de la mafia, lo que le valió ser ejecutado.
De investigaciones posteriores de la PGR se desprendió que la cúpula del cártel llamó a cuentas a El Teo por esta doble ejecución, pero no acudió y eso derivó en la mayor sangría entre sicarios en la historia del crimen organizado en esta ciudad fronteriza.
Rebelión en el cártel de Tijuana
Francisco Sánchez Arellano —conocido como El Ingeniero—, sobrino de los Arellano Félix y jefe en funciones del cártel, convocó a El Teo a una reunión para la noche del 25 de abril por el rumbo de la avenida Insurgentes. Según fuentes del gobierno de Baja California que iniciaron las investigaciones, en la cita se trataría la ola de levantones y secuestros “no autorizados” que habían “calentado la plaza”.
Días antes, el general Sergio Aponte, comandante de la segunda región militar, había desvelado la identidad de funcionarios de la Procuraduría local y policías del estado con nexos en el crimen organizado en una carta difundida en varios medios y que causó revuelo en la opinión pública. En la cita de aquella noche nunca apareció El Teo ni dos de sus principales lugartenientes: Raydel López, El Muletas, y Filiberto Parra, La Perra, señalados como los principales autores de ejecuciones y plagios.
Por radio, el grupo de El Ingeniero recibió la orden de ejecutar en ese lugar a la gente de García Simental; eso generó un enfrentamiento que dejó buen número de heridos y al menos 15 muertos.
Esos fueron momentos de confusión, recuerda Jorge Robles Portilla, un oficial de la Policía Estatal Preventiva (PEP) de turno aquella noche. Nadie sabía si eran policías, militares o delincuentes quienes se enfrentaban en ese momento, añade. Poco después se reportó que eran dos bandas rivales al servicio de los Arellano: la de El Teo contra la enviada por El Ingeniero.
Versiones de medios locales registraron la participación de al menos 100 individuos; entre ellos habría 15 policías, 10 de la municipal y cinco de la ministerial, además del militar Víctor Giovanni Ramos Loaiza. Un mes después de la masacre, de manera oficial, sólo se ha reconocido la posible participación de tres agentes.
Parecía que la balacera fue por capítulos, recuerda Carlos Suárez, un oficial de la PEP quien la resume: Por ahí de la una de la mañana se da el enfrentamiento entre las calles Misión de Santa Inés y el Paseo Guaycura; ahí quedan siete muertos en varias camionetas. Hay una persecución por la avenida y como media hora después, en la clínica Guzmán, se da otro enfrentamiento, pero ahora entre sicarios y policías estatales preventivos; ahí mueren dos pistoleros y quedan cuatro heridos. Después un grupo de la Policía Federal se enfrentó a varios pistoleros, con saldo de tres heridos.
Al amanecer encontraron el cuerpo de un pistolero sin vida y tres más murieron en el hospital donde habían sido llevados. Hasta aquí la autoridad hablaba, al amanecer del sábado 26 de abril, de 13 muertos, pero durante el día dos más que estaban en urgencias fallecieron. La cifra quedó en 10 detenidos y 15 muertos en lo que los policías municipales decían que fue un “paseo de la santa muerte”.
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